26 mar 2011

El trono de un genio impulsivo

Me temo que últimamente no le estoy dando todo el color que se merece a mi bitácora, es por eso que me he decidido a reciclar uno de mis artículos publicados en la revista Imaginarios. La elección no ha sido fortuita, ya que hace relativamente poco que se difundió por Internet un adelanto del tráiler del re-make de Conan el Bárbaro... Un tráiler que nos hace cosechar (ahora que viene la Primavera) malos presagios para la Era Hiboria. Por eso me pareció una buena idea sacar a colación este pequeño homenaje que quise rendir en su momento al gran Robert E. Howard. Porque siempre se puede aprender más de una vez de los grandes maestros.


1.     1. Howard, el escritor maldito de la oscura Texas.

Robert E. Howard, nacido en Peaster, un pequeño pueblo de Texas (1906), llamado cariñosamente por su colega H.P. Lovecraft Bob Two-Guns “Bob Dos Pistolas”, podría ser considerado, hoy en día, uno de los escritores malditos del género pulp. Aunque gozó de una buena aceptación durante su corta carrera literaria, llegando a ganarse la vida mediante su ágil pluma en las revistas de la época, como la conocida Weird Tales, de culto para los estudiosos del género, o la más histórica Oriental Stories, nunca llegó sin embargo a saborear las mieles de su personaje fetiche, Conan el cimmerio, que con el pasar de los lustros se convirtió en uno de los héroes (o anti-héroes, como veremos más adelante) más populares y rentables del género fantástico.
Influenciado desde su infancia por las continuas mudanzas de su familia, que cambió varias veces de domicilio en Texas viviendo en el sur, este y oeste (además de en Oklahoma) para establecerse finalmente en Cross Plains, en el centro del estado tejano, Howard mostró siempre viva su predilección por los personajes y las historias de carretera. De hecho dos de sus escritores favoritos, Jack London y Jim Tully, fueron, como sus personajes, vagabundos. Auténticos truhanes, seres solitarios de bronca fácil, aficionados a la botella y a las mujeres de una sola noche. Otras dos de sus lecturas predilectas también tenían autores “de mundo”: Mark Twain y E. A. Poe. Son muchas las biografías de estudiosos y aficionados al género sobre el autor, sin embargo prácticamente todas coinciden en lo mismo: su afición temprana al deporte, en especial el pugilístico, su buen talento como poeta, su sentido pragmático que desemboca en un estilo directo, y su pasión por la literatura, tanto de aventuras como histórica, si bien la segunda interesaba a Howard, fundamentalmente, por el componente de la primera que en ella suele hallarse. Es decir: el escritor buscaba la aventura, en su esencia más bárbara y cruda, dentro de la misma historia, para más tarde adaptarla en la creación de lo que sería su Era Hiboria. Lo cual nos lleva directamente al siguiente apartado, cosa que no quisiera hacer sin mencionar, al menos, los otros dos componentes de su biografía que más condicionaron su carrera: su madre, H. Jane E. Howard, que le alentó desde pequeño en su pasión lectora y le procuró el acceso, como teósofa que era, a los libros del Kangyur y el Tangyur (el canon religioso tibetano) entre otros, lo que le serviría a la postre para moldear las pasiones religiosas y el oscurantismo de su mundo; y su temprano suicidio, de un tiro en la cabeza, cuando el cáncer hace caer en coma a su madre, contando tan solo treinta años de edad y cerca de doscientas cincuenta historias escritas de diversos géneros, muchas de ellas, bajo su pseudónimo Sam Walser Bob Two-Guns.
2.      
     2. Vestigios de una historia perdida: el mundo de Conan.
Era una tierra sombría que parecía albergar
todos los vientos, las nubes y los sueños que rehuyen la luz del sol...
 Del poema “Cimmeria”, R. E. Howard.

La Era Hiboria,  donde toman cuerpo las aventuras de Conan no es, como coinciden los estudiosos del cimmerio, un mundo fantástico en sí mismo, sino una época ficticia del mundo en que vivimos, situada entre el hundimiento de la mítica Atlántida y los cataclismos que dieron lugar a los continentes que hoy conforman la Tierra, y que según el filósofo Platón, debieron tener lugar hace unos 11.500 años. Uno de estos estudiosos, Rusty Burke, cita a G. K. Chesterton y su poema épico La balada del caballero blanco como fuente probable de inspiración para la idea que se materializó en la Era Hiboria. Dice Chesterton: ‹‹El valor fundamental de la leyenda es que mezcla los siglos al mismo tiempo que preserva el sentimiento, que permite contemplar todas las épocas en una especie de espléndido escorzo››. Así, sin irnos más lejos ni atravesar nuestras fronteras, recorreremos durante las aventuras itinerantes de Conan el Reino de Zamora, nido de ladrones y hechiceros, escenario de “La Torre del Elefante”, uno de los relatos magistrales de Howard. Otras denominaciones topográficas las disfraza, en mayor o menor medida, como Vendhya (la India) o Afghulistán (Afganistán). Como mencioné en este artículo con anterioridad, Howard mezcla los personajes, lugares y cultos históricos que le suscitan interés en su Era Hiboria, vistos a través de los ojos de Conan, un protagonista salvaje, pero íntegro. Los criterios que centran la atención de Howard son: la acción, el dramatismo y, lejos de los tópicos enfrentamientos del bien contra el mal que marcan la literatura de género desde la epopeya hasta El Señor de los Anillos, la lucha por la supervivencia de una manera digna.

3.     3. “Por Crom”, anatomía de un héroe gris.

Con una de las típicas interjecciones del bárbaro he querido introducir este acercamiento a un personaje memorable. Y es que el dios de Conan, Crom, contempla desde su montaña eterna a los humanos y se ríe de sus desgracias. Él da a los cimmerios la fuerza y la destreza necesarias para conseguir una buena vida, y por eso no les otorga más ayuda, porque detesta a los débiles.
Conan, al contrario de lo que podría parecer a aquellos que, como yo hasta hace pocos años, solo conocen al bárbaro por las dos películas, es un personaje redondo (o denso). Es decir, evoluciona. Y ello a pesar de que, como en las películas, en la literatura tampoco es que hable mucho, ni tiene un carácter especialmente inclinado a la reflexión. Al menos en la mayoría de los relatos. Así, si leemos la primera historia, por orden cronológico, que escribió Howard del cimmerio (“El fénix en la espada”), veremos a un Conan ya convertido en rey de Aquilonia, y, curiosamente, nos sumergiremos en las hondas cavilaciones del bárbaro, a quien siempre vimos como un saco de músculos, de gran espada y cerebro más bien pequeño. Es memorable su monólogo en presencia de su amigo Próspero, cuando este se dispone a partir hacia Nemedia y Conan envidia su suerte, prisionero de los asuntos de estado que le mantienen atado al trono: ‹‹Cuando el rey Numedides yacía muerto a mis pies y arranqué la corona de su ensangrentada cabeza para ponerla sobre la mía, sentí que había logrado todos mis sueños. Me había preparado para conseguir la corona, no para mantenerla. En aquellos días lejanos lo único que quería era una espada afilada y un camino directo hacia mis enemigos. Ahora, ningún camino es recto y mi espada es inútil››.
Efectivamente, y como comprobaréis quienes os acerquéis a los relatos de este bárbaro con taparrabos y ojos azules indómitos, Conan evoluciona durante sus aventuras, en las que será ladrón, mercenario, pirata... y rey. Aun cuando tiene que matar, ninguna vez lo hace a traición, permaneciendo apegado a su estricto código del honor que recuerda al de los mismos caballeros andantes y asombra, por su disparidad con su imagen fiera, a no pocas damiselas, víctimas de hombres y culturas que, por su riqueza e indumentarias, se dicen más “civilizadas” que Conan y su Cimmeria natal. Un gran ejemplo de ello lo tenemos en “Sombras de hierro a la luz de la luna” y el diálogo que mantiene con Olivia. Y aunque Conan es hosco, parco en palabras, tozudo, y más inclinado al sexo que al amor, llega a conocer también este último. Valeria y Bêlit, mujeres guerreras y piratas de los pies a la cabeza, cautivarán durante años al cimmerio.
4.     
          4. “¿Quieres vivir para siempre?”: las mujeres de Conan. Las películas y su BSO.

Con esta frase mítica evoca Conan en diversas situaciones a su Valeria, la mujer guerrera de cabellos claros que le robó el corazón. Y es que esta frase resume el alma aventurera de Valeria, que la une con el cimmerio, y forma a la vez parte del hilo argumental, tan escaso como memorable para los aficionados al género, de las dos películas que llevaron al personaje de Howard al celuloide. Dos películas que se han convertido en obras de culto. La primera de ellas, Conan the Barbarian (“Conan el bárbaro”) (1982), fue dirigida por John Milius, y coguionizada por Oliver Stone, con el desconocido por aquel entonces y archifamoso hoy día A. Schwarzenegger encarnando al cimmerio, y un elenco de actores más bien discretito que incluía a Sandahl Bergman como la amada Valeria, James Earl Jones como el sacerdote viperino Thulsa Doom, Max von Sydow fue el rey Osric, Gerry López en la piel de Subotai, compañero ladrón de Conan y Valeria, y Mako, quien dio vida al hechicero Akiro, narrador de la historia. Rodada íntegramente en España, los bosques nevados del principio son segovianos, mientras el resto se sitúa en Almería. Destaca también, en este aspecto, Jorge Sanz como el Conan niño que da vueltas a la rueda hasta hincharse los músculos como un jabato. Gran acierto argumental con el Secreto del Acero (que en el Conan howardiano no tiene ninguna relevancia). Dos años después, en 1984,  vería la luz Conan the Destroyer (“Conan el destructor” en estas tierras), en una clara maniobra de su productora De Laurentis para continuar cosechando dólares, aprovechando el inesperado tirón taquillero de su predecesora. Sin embargo, la secuela abusa en exceso de una simplicidad que en el primer film se hacía encantadora gracias a la fotografía, y aunque el tiempo la ha situado también dentro el Olimpo de las pelis de aventuras, siempre estará, a mi parecer y el de muchos, un peldaño o dos por debajo de Conan el Bárbaro. Se acusa el cambio de la dirección, en manos de Richard Fleischer, así como el de los guionistas (Roy Thomas y Gerry Conway); de hecho, los diálogos de su predecesora eran gloriosos, aunque contados con los dedos, cosa que no sucede en ésta.
Para el final del recorrido por la Era Hiboria me he dejado uno de los vástagos pródigos, otro de los fenómenos irrepetibles nacidos de la inspiración en el mundo de Howard: la BSO que Basil Poledouris compuso íntegramente (excepto “The Orgy”, escrito con la colaboración de Zoe Poledouris, su hermana mayor) para los filmes. Es considerada por la mayoría como una de las mejores de todos los tiempos, y a mí, personalmente, me ha acompañado en muchas partidas de rol... épica, melodiosa, solemne, estoica, enorme, delicada... cualquier epíteto se queda pequeño ante los vientos metales, los coros y la maestría, en fin, de esta banda sonora que ayudó, sin duda, a hacer de ambas películas los clásicos del cine de aventuras que hoy son.
5.     
          5. Llamaradas y cenizas de la Era Hiboria: cinco aventuras imprescindibles del cimmerio.

A continuación enumero los cinco relatos que más me han deleitado, personalmente, de Howard, aprovechando para señalar que el acercamiento a estas historias es absolutamente imprescindible para cualquier aficionado al género que todavía no lo haya hecho. Las aventuras de Conan muchas veces repetían tópicos atendiendo al pragmatismo de un escritor que tenía que comer de ello, y estos lugares comunes, después replicados hasta el infinito por otros escritores de espada y brujería, son para mí las cenizas de Hiboria. Cenizas que no menguan en un ápice las poderosas llamaradas de sus principales narraciones. Solo me resta advertir una vez más al lector que se trata de una selección totalmente subjetiva que he elaborado en base tanto a elementos estilísticos como a novedades argumentales, movido por el sentimiento poético a veces, o por el ritmo en el desarrollo de la acción cuando resultó de mi gusto.
         Feliz lectura.
-“La Torre del Elefante”.-“La Reina de la Costa Negra”. -“Sombras de hierro a la luz de la Luna”. -“La Hija del Gigante Helado”.-“Clavos rojos”.

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