25 dic 2010

Roma contra Atila

Al fin está disponible mi cuarta entrega del Batallón Fénix, y de qué manera: si pincháis este enlace podréis leer en su totalidad, además de tal y como apareció en Imaginarios -o sea, con sendas ilustraciones- una versión muy particular de la batalla que pudo significar el fin de nuestro mundo tal y como hoy lo conocemos. Espero que disfrutéis este, mi pequeño regalo para todos los que amamos la lectura y la Fantasía. Que no nos falte ni hoy ni nunca.

Batallón Fénix IV: "Los Campos Cataláunicos"

6 dic 2010

Homenaje a J. R. R. Tolkien

1)   J. R. R. Tolkien, excursiones de un hombre sencillo.

‹‹Hasta el final de sus días Bilbo no alcanzó a recordar cómo se encontró fuera, sin sombrero, bastón o dinero, o cualquiera de las cosas que acostumbraba llevar cuando salía, dejando el segundo desayuno a medio terminar, casi sin lavarse la cara, y poniendo las llaves en manos de Gandalf, corriendo colina abajo tanto como se lo permitían los pies peludos...››

Fragmento de El hobbit.

Todas las biografías elaboradas a partir de la obra de Tolkien coinciden en que este profesor de lenguas antiguas, alumno brillante y abuelo imaginario, en la actualidad, de al menos la mitad de la mitad de los medio jóvenes del mundo, fue, como sus personajes principales, un hombre de aspecto y placeres comunes. Sin embargo, y también como sus personajes, acostumbraba a dar largos paseos, y como él mismo reflexionó en sus obras “uno nunca sabe adónde lo puede llevar el camino”.
Todo escritor verdadero esconde en su alma un visionario, y el que el Maestro de la alta fantasía guardaba en su interior aprovechaba los paseos familiares para salir a la luz: sus hijos Cristopher y Priscilla recuerdan cierto viaje por los Cotswolds, un paisaje formado por verdeantes colinas y casas de madera color miel con techos de paja, como el lugar donde su padre descubrió la Comarca; de la misma manera, Brill era el nombre de un pequeño pueblo situado sobre la colina hasta donde solían caminar, y que le inspiró la colina de Bree.
Los paralelismos entre los viajes o excursiones del escritor y su obra son numerosos. Tolkien amaba los paisajes naturales, porque en ellos sentía volar su espíritu a lugares donde dejaba de ser un hombre sencillo para convertirse en un poblador de la Tierra Media. Llegó a echar realmente de menos aquellos devaneos paisajísticos cuando tuvo que marchar para cumplir con su deber patriótico, durante la Primera Guerra Mundial, y también más adelante durante la Segunda, donde encontramos testimonios, en concreto una carta a su hijo Cristopher desde Sudáfrica, que nos rememoran inevitablemente a Bilbo lejos de su Hobbiton natal, o más aun, a Sam y Frodo adentrándose en la tierra de Mordor, cuando se aferran al recuerdo para no perderse entre las tinieblas: ‹‹Tanto amo y admiro las callecitas, los cercos, los árboles susurrantes... lo que me obnubila y satisface más a mi corazón es el espacio. Mi corazón aún vive entre los desiertos, altos y pedregosos, entre las morenas y las ruinas de la montaña, silenciosas a pesar de un frío hilo de agua. Intelectual y estéticamente, el hombre no puede vivir en las rocas ni en la arena. Pero menos puedo vivir yo solamente del pan››.
     
    Un amor difícil: retazos de la guerra y El Silmarillion.

‹‹En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes de que se hiciera alguna otra cosa. Y les habló y les propuso temas de música...››

De El Silmarillion, inicio de la “Ainulindalë”.

Las circunstancias dramáticas que Tolkien vivió durante la Primera Guerra Mundial terminaron con el escritor británico aquejado por la “fiebre de las trincheras”. Convaleciente en una cabaña de Great Haywood, empezó a redactar el que entonces llamó El libro de los Cuentos Perdidos, conocido hoy como El Silmarillion, y que en la actualidad continúa siendo el más denostado y a veces, también amado, de los magistrales escritos de Tolkien. Muchos lectores encuentran “aburridas”, amén de “lentas” y “farragosas” las historias que componen este libro y que nos hablan, a modo de crónica, de los hechos más importantes acaecidos durante los milenios anteriores a la Tercera Edad. Sin embargo, el escritor confiaba en la calidad y el sesudo trasfondo de estos cuentos que componen la mitología de Arda, y esperaba poder publicarlos a la sombra del éxito de El Señor de los Anillos. No fue así, ya que por un lado los costes de impresión estaban por las nubes tras la guerra, y por el otro, Tolkien nunca llegó a confeccionar una versión definitiva que ofrecer a sus editores. Tuvo que publicarse a modo póstumo, gracias a un gran trabajo de compilación y reorganización llevado a cabo por su hijo Christopher Tolkien.
Por cuestiones de espacio, no me adentraré más de lo necesario en las grandiosas y épicas historias que componen El Silmarillion, pero sí diré que tras sus hojas de apariencia hermética aguardan al lector avezado –y al no perezoso– unas páginas que a un servidor, siendo un niño de trece años, le pusieron los pelos como escarpias. Recomiendo encarecidamente leer este libro entero, sumergirse en los árboles genealógicos, tener el mapa de Beleriand desplegado sin vergüenza ante nuestros ojos y bien visible, aposentarse en nuestro sillón favorito (o en la cama), y predisponerse a trabajar a partes iguales el intelecto y el corazón. Hordas de dragones y balrogs enfrentados contra elfos, humanos y enanos, los Valar caminando por el mundo, amores imposibles entre elfas y humanos, la madre de Ella Laraña (Ungoliant) haciendo diabluras muy sonadas, viejas rencillas entre enanos y elfos, gestas heroicas y sacrificios sin parangón, la forja del Anillo... todo esto y mucho más te espera, lector sagaz. Mis fragmentos favoritos: “De la ruina de Beleriand y la caída de Fingolfin”, y “De Túrin Turambar”. Aunque es sabido de buena tinta que uno de las preferidos por Tolkien era “De Beren y Lúthien”, ya que –diré para quienes no lo sepan– la escena del encuentro entre este humano y esta elfa está inspirado en un baile que su mujer, Edith, le hizo al autor en un claro boscoso rodeado de cicutas y blancas flores, y en la tumba del Maestro, enterrado junto a su mujer, se puede leer todavía bajo sus nombres: ‹‹Lúthien›› y ‹‹Beren››.
3)   
     La cumbre de su obra: El Señor de los Anillos. 
                
                ‹‹El Camino sigue y sigue
                desde la puerta.
                El Camino ha ido muy lejos,
                y si es posible he de seguirlo
                recorriéndolo con pie fatigado
                hasta llegar a un camino más ancho
                donde se encuentran senderos y cursos.
                ¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo››.

De El Señor de los Anillos, vol. I, “La Comunidad del Anillo”.

¿Cómo hablar de la obra más grande de alta fantasía jamás escrita? Casi todos conocemos ya estos tres libros como si los hubiéramos escrito nosotros mismos, y entre aquellos que no los conocen, pocos quedan que no lo hayan intentado. Ciertamente, no es difícil naufragar entre el “Prólogo”, la “Nota sobre los archivos de la Comarca” y el primer capítulo, “Una reunión muy esperada”, que sirven de antesala a la acción más trepidante, que nos llevará a recorrer el noroeste de la Tierra Media de la mano de aquellos seres sencillos, los hobbits, y sus aliados, contra el poder de Sauron que amenaza con aniquilar todo lo que crece en aquella bondadosa tierra. Ríos de tinta han corrido en torno a cada una de las curiosidades y circunstancias que envolvieron la creación de la obra cumbre de Tolkien, El Señor de los Anillos. Y como muestra, un botón: durante uno de sus viajes de vacaciones en Suiza, en 1911, Tolkien adquiere una postal réplica de un cuadro (Der Berggest) que le inspiró al autor el que se convertiría en el arquetipo del mago de fantasía por excelencia. Por supuesto, hablo de Gandalf el Gris.
Cambio de cuarto para hablar del concienzudo trabajo previo de Tolkien antes de embarcarse en su obra. Filólogo y estudioso profundo de muchas lenguas, conocía el francés, el latín, el noruego antiguo, el gótico, el galés, el anglosajón, el inglés medio y seguramente alguna más. Todo esto le sirvió para elaborar el Quenya, idioma de los elfos Noldor, y el Sindarim, la lengua de los elfos grises, aquellos que en su mitología no vieron en persona la luz de Aman, la tierra de los Valar.
Para no perderme en disquisiciones más o menos intrincadas sobre el genio británico y El Señor de los Anillos, del que casi todo se ha escrito ya, terminaré haciendo mención a la gran ausencia que noté en la, por otro lado, fenomenal adaptación de Peter Jackson a la gran pantalla –de la que Alfonso Cea nos hablará a continuación–: Tom Bombadil (inspirado en un muñeco holandés de su hijo), ese “tipo sencillo de calzones amarillos”, no aparecía por ningún lado, ni tampoco lo hacían el Viejo Sauce ni la dulce Baya de Oro, ni por supuesto las brumosas Quebradas de los Túmulos... Creo que a Tolkien le hubiera gustado que estuvieran, porque de nuevo se ve aquí claramente un alter ego del escritor y su mujer, felices moradores del Bosque Viejo, tan ancianos y poderosos que ni tan siquiera el Anillo ejerce poder alguno sobre ellos.
Sin embargo, estoy seguro de que esta saga inmortal se prolongará más allá de toda convención, y tal vez algún día no muy lejano, Peter Jackson caerá en la cuenta de que se dejó en la trastienda uno de los episodios más entrañables de aquella inconmesurable obra.
Mientras tanto, Tolkien y Edith ya han zarpado desde los Puertos Grises, y más allá del mar se ve una luz inmensa a lo lejos, una luz que presagia el inicio de una nueva vida sin guerras, fuera del alcance de la retorcida garra de la muerte.

[Artículo correspondiente a la portada del nº 3 de la revista digital Imaginarios].